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El preparador físico de “D10S”: Federico D’Elía y los secretos para encarnar a Signorini en la serie de Maradona

“El Diez” lo llamaba “Ciego”, por sus problemas de visión. Él se prestaba al juego entregándole otro mote: “Cabeza de chancho”. Aunque en la serie pueda aparentar un personaje periférico menor, Fernando Irlando Signorini representó un satélite vital en la vida profesional de Diego Maradona. Hombre de gran dialéctica, supervisaba no solo su preparación física, sino que aportaba en su enfoque mental. Fue el impulsor de esa escena increíble, inmortalizada en una foto de un entrenamiento napolitano: Diego colgado “patas para arriba” para aliviar los dolores lumbares.

Hijo del dueño de una fábrica en Lincoln, Signorini se separó temprano del rubro familiar, el de los productos ganaderos. Eligió cursar un profesorado de Educación Física, y a los 18 voló a Barcelona con el sueño de trabajar en lo suyo, pero el camino al éxito fue más complejo de lo imaginado. De noche se ganaba la vida como sereno, de día intentaba que lo dejaran pasar al Camp Nou para presenciar las prácticas. Un día de 1983 Maradona lo vio en la puerta, comenzaron a dialogar, pasaron a compartir asados, hasta que Andoni Goikoetxea le rompió el tobillo a Diego. Signorini se convirtió en su preparador físico personal y lo siguió hasta Nápoles.

Clave en la preparación para los Mundiales 1986, 1990 y 1994, presenció ofrendas como infiltraciones en la espalda, en los aductores y hasta en la uña del dedo gordo de Diego. Era capaz de salirse del esquema clásico de esa época, investigar a deportistas y y buscar más allá en su acompañamiento. Para 1986, por ejemplo, se interesó en la forma en que el ciclista italiano Francesco Moser había conseguido un récord en México y encontró su “aliado”, Dal Monte, un biomecánico, doctor en medicina espacial, y jefe de investigación de Ferrari que terminó trabajando con ellos antes de esa Copa del Mundo.

D’Elía en la piel de Fernando Signorini.

Futbolero pincharrata, Federico D’Elía conocía bien ese vínculo que aportó en la construcción del jugador sobrenatural, pero nunca imaginó que sería el Signorini de la serie Maradona, sueño bendito. “Hubiera querido ser Diego, estar más, pero no me quejo”, reconoce el eterno “simulador”, que gracias al proyecto de Amazon pasó casi 100 días en el exterior. Más de un mes en Barcelona, 40 días en Nápoles, 15 en México. Fue en Italia donde más sintió el efecto tsunámico de pronunciar “soy argentino”. A cada paso se topaba con un mural, con un souvenir o con una sugerencia insólita, “como la invitación a ver el bar donde está encapsulado un pelo de Diego”.

“Intenté hablar con Fernando, pero no pudimos encontrarnos. Es un bicho interesante en el mundo del fútbol y me llama la atención cómo se entregó tanto a Diego, que lo pusiera con los pies en la tierra. Una escena que lo describe: cuando le presenta a Maradona a un grupo de familiares de desaparecidos“, detalla el actor platense, ya sin esas molestas extensiones platinadas a las que padeció varios meses y le valieron el apodo de “Pibe Valderrama”.

Federico viajaba por Cusco, Perú, junto a su pareja, cuando su representante lo llamó para darle la buena nueva. La producción de Amazon lo convocaba para el traje de preparador físico, sin casting previo. Después, ya en Mar del Plata, en medio del protagónico de la obra Sugar, le acercaron videos para iniciar la “cocción” de su criatura. Se propuso empaparse del tema, pero “no copiar movimientos ni imitar” y regalar una interpretación libre de caricatura. “Me interesó mostrar ese costado humano de Fernando, esa forma de estar en otras cosas más allá de lo deportivo, cuidándole la vida”.

D’Elía como el hombre que conoció a Diego en España y lo siguió hasta Italia.

La relación de D’Elía con Maradona fue la de un recalcitrante hincha de Estudiantes que incluso pudo “perdonarle” que se sentara en el banco de Gimnasia y Esgrima de La Plata. “Futbolísticamente no tengo un pero, lo quise mucho, lo vi jugar en Argentinos Juniors, en Boca, en la Selección y llegué a pensar que estaba un poco peleado con él ante alguna declaración sobre Estudiantes, pero el día que murió entendí que no era así”, se emociona. “El 25 de noviembre de 2020 yo estaba manejando rumbo al colegio de mi hijo, escuché en la radio la noticia, y me puse a llorar como un nene. Tuve que frenar el auto y decirle a mi hijo, que no entendía lo que me pasaba, que se quedara tranquilo. Creo que Diego nos dejó a todos cosas guardadas sin saberlo y esa cajita de recuerdos se abrió con su muerte”.

D’Elía, de 55 años, sabe que su personaje tiene una buena porción por contar si se da bandera de largada a la temporada 2: la preparación física silenciosa en un campo de La Pampa rumbo al Mundial 1994 esconde zonas que miles de curiosos quisieran ver recreada en la ficción. 

“¿A dónde me trajiste”, protestaba al principio Pelusa, cuando arribó a esa estancia a kilómetros de Santa Rosa que apenas contaba con un televisor chico en blanco y negro (la leyenda indica que solo sintonizaba un canal). Entrenamiento al aire libre, boxeo, natación y otros cuantos recursos lograron la resurrección que terminó con un hachazo: el doping positivo que lo sacó de aquel Mundial estadounidense y lo llevó a llorar al grito de “me cortaron las piernas”. 

Signorini -gran testigo de los tiempos de adicción y secretos de la Camorra-, acaba de publicar un libro (Diego desde adentro) al que D’Elia aún no leyó. “Volamos dentro de veloces Ferrari por seguras autopistas y anduvimos a los tropezones por senderos pedregosos y peligrosos”, reconoce en esas páginas. “Siento que esos 14 años fueron 140. Maradona fue otra persona, con la que Diego sólo compartió el apellido”.

Diego, Signorini y Messi durante Sudáfrica 2010. (REUTER)

A 36 años desde su debut actoral, D’Elía, que todavía espera paciente “y sin noticias” el proyecto de película de Los simuladores (“el deseo genuino de los cinco está”) confía en que la ficción de Amazon no hiera susceptibilidades: “A Dalma la conocí en la radio, con la serie terminada, y le dije que ojalá que todo lo malo que se estaba diciendo sobre la historia no ocurriera. De lo que yo había presenciado o grabado, nada me parecía terrible”.

Alguna vez D’elía le contará a sus nietos con pecho estallado que jugó en el equipo de Maradona. Fue en tiempos de Poliladron, post suspensión USA ’94, cuando se organizó un partido de fútbol rápido en Coconor, con televisación y apellidos entremezclados del fútbol y la farándula. Camiseta blanca, los de “El Diez” intentaban estar a la altura, pero la brecha deportiva era imposible. “La primera vez que agarré la pelota, intenté darle el pase a Diego, pero vino a cortar el paraguayo Roberto Cabañas y lo corrí, me tiré al piso ahogado, y no logré recuperarla. Con toda la sabiduría Diego me avisó: ‘Te va a desgarrar, pibe’. Todo terminó en un almuerzo. No merecía morirse tan triste. Yo creí que era inmortal”.

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